LA
VENTANA DE MILLÁS- CADENA SER.
Estas son las diez historias que Pagaelpato consiguió publicar en el
programa literario de radio de Juan José Millás, cuando existía
en este formato. Una de ellas, "Duda" fue leída en antena y
otras cuatro fueron seleccionadas en semanas consecutivas, algo que poca gente
consiguió.
AVESTRUZ.
Los avestruces, para hacerse invisibles, esconden la cabeza bajo tierra. Un hombre sólo haría algo así para llamar la atención.
DE TODO LO VISIBLE Y LO INVISIBLE.
María estaba ya sentada en el sofá cuando yo entré en el salón. Apagué la luz del techo mientras encendía la pequeña lámpara. A ella le gustaba esa tenue luz que dejaba la habitación en penumbra, alumbrada únicamente por aquel pequeño círculo de luz y el resplandor del televisor.
Cuando me senté, ella se recostó sobre mí y a los pocos minutos se quedó dormida. Ya sólo estábamos la televisión y yo, pero como nunca nos hemos llevado demasiado bien la apagué, reduciendo así aún más la estancia.Sobre la mesilla descansaba el libro que estaba leyendo María y del que tanto me hablaba. Por curiosidad lo abrí y comencé a leer una página al azar. No pude reprimir ir hasta la última página y leer el párrafo final, con lo que la novela perdió gran parte de su sentido, así que lo cerré de nuevo.
Apagué la luz y allí, sumido en la oscuridad, escuchaba la rítmica respiración de María, veía el resplandor de la pantalla recién apagada, sentía todavía un ligero calor procedente de la lámpara y las palabras del libro aún resonaban en mi cabeza, pero, todo era tan tenue...
DUDA.
Cuando te haces una foto en Disneyworld con Mickey Mouse, la persona que está debajo del disfraz, ¿está sonriendo?
MARTA Y ALREDEDORES.
Todo empezó cuando vi la película "Marta y alrededores". Me llamó la atención que el personaje protagonista de la historia, Marta, tuviera el mismo nombre que la actriz que la interpretaba, Marta Belaustegui.
A los pocos días vi otra película, "Cha-cha-chá" y esto volvió a repetirse con la misma actriz. En mi cabeza quedó plantada esa semilla que acabó germinando en forma de sueño.Yo estaba sentado en una cafetería cuando vi entrar a Marta Belaustegui. Le hice un gesto con la mano y ella vino con naturalidad a tomarse un café conmigo. Le hablé de que era un gran admirador suyo y le pregunté por esa curiosidad de los personajes con su nombre y de lo orgullosa que debería sentirse de inspirar historias hechas a medida para ella. Me contó de lo mucho que le gustaba el título de esa película, "Marta y alrededores" y el poder protagonizarla y otras muchas cosas. Tuvimos una charla muy amena y cordial que me dejó una magnífica sensación.
MÁS ABAJO.
LA PIEDRA.Comíamos patatas bravas en un bar cuando entre el murmullo de la gente una mujer con el hijo en ristre exponía su mano esperando recibir algo a cambio. Sus tristes ojos y su ajado rostro no eran lo suficientemente conmovedores, ya todos curtidos en barbaries televisivas de cuerpos mutilados y sangre abundante. Se agachó a coger unas patatas embadurnadas de mayonesa que habían ido a parar al suelo, las limpió como pudo con cuidado de que su hijo casi recién nacido no saliese despedido. No he vuelto a ese bar pero la he vuelto a ver a ella y a su hijo en otros muchos garitos. Esto no acabará nunca, ¿verdad? No.
Todos los veranos pasábamos el mes de agosto en el pueblo de mi padre. Entre todos cargábamos todos los bártulos y nos dirigíamos casi en procesión al pueblo. La disposición en el coche era siempre la misma. Mi padre era el conductor, mi abuelo iba en la posición de copiloto y mi madre, mi hermana y yo viajábamos en los asientos de atrás. Mi pueblo está a unos 1100 metros de altura y para llegar hasta allí desde la capital tenemos que ascender por una carretera comarcal serpenteante y angosta que discurre a lo largo de un majestuoso cañón propio de películas clásicas del oeste. Lo más destacable del trayecto es la vista del cauce del río desde la carretera, una colonia de buitres que habita por estos parajes y una curiosa piedra de unos diez metros de altura y seis metros de diámetro colocada justamente entre la carretera y el precipicio.Todavía recuerdo como quinientos metros antes de llegar a la altura de la piedra casi siempre aparecían volando los buitres leonados como anunciando la piedra y la historia de mi abuelo:
- A que no sabéis por qué esta piedra está colocada justamente en este sitio - decía mi abuelo. Todo nos mirábamos sonriendo.
- Pues esta piedra antes estaba junto a la ladera de la montaña, al otro lado de la carretera. Pero una noche, tres borrachos decidieron tirar la piedra al precipicio. Estuvieron toda la noche empujando, no consiguieron tirarla, pero la desplazaron hasta donde está ahora.
- Abuelo, ya estás otra vez . Eso no es posible. El sonreía, pero nunca negó que su historia no fuera cierta.Desde hace ya mucho años apenas subimos al pueblo, apenas una o dos veces al año, pero cada vez que paso al lado de la piedra, me acuerdo de mi abuelo y tengo la certeza absoluta de saber por qué esa piedra está ahí.
LA PLAYA.
Llevaba dos horas sin mediar palabra. La discusión había sido como todas, estúpida. Ella dormía boca arriba sobre la toalla y yo me puse de pié de un pequeño salto. - Me voy a correr - le dije. Llevábamos dos meses saliendo y aunque en el plano sentimental y sexual la cosa estaba en un momento álgido, las discusiones eran continuas. Su personalidad, muy altiva, su excesiva simpatía y cordialidad especialmente con el sexo masculino, me ponían nervioso. Desde muy pequeño he resuelto todos mis problemas corriendo. Ese agotamiento físico que siento al correr consigue evadirme del mundo. El caso es que estaba corriendo por la orilla del mar, salpicando a niños y viejas, mientras pensaba en el sentido de mi relación. Últimamente las discusiones eran tan frecuentes, que por un momento me pasó por la cabeza, dejarlo todo. Sin embargo, teníamos tan buenos momentos .
La playa era inmensa, la longitud a lo largo de la orilla era aproximadamente 4 km. Eran ya casi las 19:00 y como es típico en todas las playas del norte, la marea comenzaba a subir. Llegué hasta el final de la playa, donde comenzaba una zona rocosa previa al acantilado. En este lado de la playa se veían cuerpos desnudos, unos más lozanos que otros. Al regresar observaba cómo la gente apartaba las bolsas y toallas para evitar que las olas las cubriera. Cuando llegué a la toalla, ella ya no estaba, sin embargo mi toalla y mi bolsa estaban totalmente empapadas. En ese momento decidí dejarlo. Ascendí las escaleras dejando esa historia, allí, en la playa.
El idiota. Cuando tenía algún problema siempre salía corriendo. No sabía discutir y por eso siempre callaba o salía corriendo. Eso hizo también aquella tarde. Me dejó, sola, tumbada al sol. Estaba tumbada, disfrutando del sol cuando empecé a sentir como se humedecía la toalla. La marea estaba subiendo y las olas prácticamente alcanzaban nuestras toallas. Recogí todas mis cosas y me fui hasta el chiringuito situado en el paseo marítimo. No se por qué no quise recoger lo suyo. Una vez allí, pedí una cerveza. Un chico joven con el cuerpo totalmente bronceado se acercó a mí y me pidió tabaco. Estuvimos hablando durante poco más de una hora. Finalmente me despedí de él y me dirigí hacia las toallas. No encontré nada. Busqué en todas las direcciones y no le encontré nunca más.
RANACUAJOS.
Antes de que a este país llegaran las video-consolas, los de mi generación nos pasábamos los veranos en la calle. Una de nuestras aficiones era ir a cazar ranas y renacuajos en las charcas. Pero los que más valor tenían por su extrañeza eran los que llamábamos "ranacuajos". "He cogido uno con patas atrás", gritaba uno. "Pues yo uno con las cuatro patas y además con cola", y todos íbamos a verlo.
De alguna forma aquellos renacuajos a medio madurar eran una representación de nosotros mismos, aunque no lo supiéramos.Cuanto más nos íbamos distanciando de los renacuajos, convirtiéndonos en los "ranacuajos" que acabarían siendo ranas, menos nos iban interesando nuestros análogos del mundo animal. Menos mal, porque además de llegar las consolas, las charcas se fueron secando y las ranas desaparecieron.
RUIDOS.
Desde hace tres semanas he vuelto a dormir ocho horas todas las noches. Dos años antes no podía decir esto. Fueron dos años infernales, noches en las que me era imposible conciliar el sueño, días en los que deambulaba del trabajo a casa y de casa al trabajo. Siempre cansado. Me independicé hace tres años. No
estaba mal con mis padres, pero ansiaba el silencio, la tranquilidad, la libertad. Los vecinos eran matrimonios jóvenes con hijos y sin hijos. Además el piso contiguo al mío, no estaba habitado. Eso me permitía, escuchar la música alta de vez en cuando, organizar alguna que otra fiesta y disfrutar del amor libre sin miedo de molestar a nadie. Un día me desperté a las 3:00, sin duda debido a los gemidos y gritos de placer que provenían del piso contiguo. Rápidamente entendí que mi horario laboral y mi agitada vida social me habían impedido conocer la instalación de mis nuevos vecinos. Durante dos años ese sonido martilleaba mi cabeza todas las noches. Eran gemidos, gritos, golpes de la cama contra la pared, sexo, puro sexo. De repente, estos ruidos terminaron. Sin embargo, era consciente de su presencia.Al acostarme, escuchaba sus susurros, el sonido atenuado de un programa deportivo nocturno,. Al cabo de dos meses desaparecieron los susurros. Lamentablemente la calma no duró mucho. Los gritos y lloros de un niño recién nacido se instalaron en mi casa. Durante más de dos meses escuché los lloros del niño y las discusiones entre ellos. Todas las noches la mujer se levantaba gritando de la cama y caminaba hasta el niño. Siempre conseguía dormirlo. Al hombre sólo lo escuché levantarse una vez y eso hace tres semanas.
SLOWLY.
Aquella mañana me desperté lleno de vitalidad. Levanté la persiana con intención de dar la bienvenida a un fin de semana estupendo. El sol bañó mi habitación, pero la sonrisa que empezaba a dibujarse en mi rostro se congeló ante el panorama que se divisaba en mi calle. En apariencia todo era normal, todo excepto la velocidad de la gente. Parecían estar en la luna, caminando de forma lenta y pesada. Me senté en la cama. No podía creer lo que acababa de ver. Decidí vestirme y bajar a ver lo que pasaba de cerca. Eché una última mirada y vi a un joven que paseaba a un cansino perro, caminando los dos a cámara lenta. Salí al pasillo cavilando que podía estar pasando, un poco indeciso y asustado y entonces oí gritar a mi madre: "¡Dónde vas tan deprisa!". Volví sobre mis pasos de nuevo hasta la ventana y todo allá afuera había vuelto a la normalidad.
ESTOS SON LOS RELATOS GANADORES
DE CADA VIERNES DURANTE TODA LA TEMPORADA.
El pato consiguió colocar otros cuatro relatos entre los seleccionados, pero ninguno está aquí, pues no resultó ganador semanal.
PEQUEÑOS RITOS. Diana Simón Düringer (Relato ganador 05/07/2002)
En verano le gustaba llevar el pelo del pubis
bien cortito. Odiaba esos
rizos negros y tupidos que chorreaban entre las piernas de otras mujeres al
salir del mar. Y si a ella no le gustaban, seguro que a muchos hombres tampoco.
Por ello el recorte y poda cuidadosa del único lugar donde conservaba vello
corporal, se había convertido en un ritual diario de aseo tras el desodorante
y
la crema. Cada día por la mañana le hacía un repaso para que se mantuviera en
forma de corazón. Y lo hacía sentada en el retrete, con unas tijeras de
peluquero, estrechas, largas y afiladas, que su marido guardaba en el mueble
de
médico acristalado del lavabo y que utilizaba para cortarse el pelo.
Anteriormente realizaba el ritual con las tijeras de las uñas, más pequeñas
pero demasiado curvas y por ello peligrosas. También lo había intentado con
las
de la cocina, demasiado grandes y rudas, hasta que al final había encontrado
las de su marido, las tijeras perfectas.
Aquel sábado él entró en el baño mientras ella, sentada y con las piernas
abiertas, se recortaba cuidadosamente. Ella se sintió incómoda, él la miró
fastidiado. ¿Cómo se te ocurre usar esas tijeras?¿No ves que yo me recorto cada
mañana los pelos de la nariz con ellas? Ella, sorprendida, las dejó
inmediatamente, - perdona cariño, no lo sabía- y cogió las de las uñas. Sin
embargo, al día siguiente, después de la ducha, cuando se sentó y abrió las
piernas, volvió a coger las tijeras de su marido. Desde entonces siempre echa
el cerrojo y se recorta con esas tijeras que después su marido mantiene más
tiempo del necesario en la nariz, intentando descubrir el aroma que un día su
mujer dejó en ellas.
NANSI. Genaro Muñoz Egido (Relato ganador 28/6/02)
A finales del otoño pasado estuve en Cuba, en
el viaje de fin de carrera.
El aeropuerto de La Habana es muy cutre, aunque muy limpio, y el autobús nos
dio cuarenta vueltas por la ciudad para dejar a los turistas en sus hoteles.
A
la mañana siguiente iba yo por el amplio vestíbulo cuando alguien me agarró
una
mano, así, sin más. Era una chica preciosa de las que allí llaman cuarteronas,
o sea, algo más blanca que las mulatas. Ya no me soltó en toda la semana. Se
llamaba Nansi, no Nancy, no, sino Nansi. Vi con ella el Jardín Botánico, una
vasta extensión arbolada donde crecían cien clases diferentes de palmeras, vi
ficus que medían diez metros de altura, y azaleas que podían dar sombra a
cuatro personas. Plantas que en mi casa estaban en tiestos, allí eran árboles
frondosos.
Nansi era igual de exuberante. Un día me pidió dos dólares para comprar un
antibiótico para su abuela. Y otros dos para un antiasmático para su mamá. Yo,
asesorado por mis padres, había llevado lápices, sacapuntas, bolígrafos,
compresas de algodón, tampax, alguna camiseta, un desodorante..., y todo se
lo
dejé a Nansi. Cierto día, dejó de absorber su mojito, me miró con tranquilidad
y me dijo: "dime, mi amor, no más, ¿cómo es el Corte Inglés?
ABUELITA DIME TÚ. Antonio Valle (Relato ganador 21/6/02)
Cuando llegué a la casa de mis abuelos corrí
hasta la ventana para mirar
a ver si estaban en el huerto como siempre, y vi a mi abuelita que venía hacia
la casa por el pequeño camino de cemento entre las fresas. Llevaba con ella
a
Bunny, pero no lo tenía en el regazo, sobre el viejo delantal de cuadros, lo
llevaba cogido por los pies, cuán largo era, y Bunny se movía incómodo.
Iba a gritarle que había traído hojas de lechuga y zanahorias cuando levantó
a
Bunny estirando el brazo y con la otra mano le dio un golpe en la cabeza, una
especie de golpe de karate, pero el conejo se movió y entonces le dio otros
tres golpes seguidos, usando la mano como un hacha. Y Bunny dejó de moverse.
Mi
abuelita bajó los brazos, metió una mano en el bolsillo del delantal y se
volvió para llamar a mi abuelo que estaba hablando con un vecino. Luego siguió
caminando lentamente hacia la casa. Yo me fui corriendo y me encerré en el 850
de mi padre. Bajé todos los pestillos.
BARRY . Edelmira Alonso (Relato ganador 14/6/02)
El pasado jueves metí a nuestro pequeño hámster
en una caja de zapatos y
salí a la calle en dirección a una clínica veterinaria que hay cerca de casa.
Pretendía ponerle la inyección letal y acabar así con su sufrimiento. Aparte
de
estar bastante calvo, llevaba dos semanas rascándose con una furia tal que su
pequeño cuerpo estaba lleno de llagas. Convencida de que por lo menos era
sarna, prohibí a los niños acercarse, me puse los guantes de fregar, lo cogí
del cuello, lo introduje en la caja y me puse en marcha.
Al llegar a la clínica, me dijeron que el experto en "Exóticos" tardaría
un
poco. No hice ningún comentario y me senté. Empecé a hojear una revista sobre
canguros y a ensayar argumentaciones a favor de la eutanasia. En eso, llegó
el
veterinario. Me levanté muy decidida y empecé a explicarle; él me dejó hablar
y
se dedicó a untar, pinchar, rascar, manosear...
-¿Cómo se llama ? - preguntó
-Barry.
Entonces empezó a hablarle en voz bajita, mientras le curaba las llagas y le
rociaba no se qué antibiótico con un algodón diminuto.
Una hora más tarde salí de la clínica con mi pequeño hámster hecho una bola
dentro la caja, una larga hoja de instrucciones para las curas en casa y la
sensación de que aquel médico era como John Wayne. Esa noche mi marido y yo
teníamos una cena a la que llegamos con hora y media de retraso. Durante el
viaje en coche, le conté la tontería inexplicable, intenté hacerle comprender
lo que sentí cuando salí a la calle con Barry en la caja. Él me preguntó si
iba
a tener tiempo para tanta historia. Le contesté que no lo sabía. Mentí. Estaba
segura de que sería un verdadero incordio.
Llevo cinco días curándole por la mañana y por la noche. En todo éste tiempo,
mis manos, acostumbradas a coger el teléfono y teclear ante un ordenador, han
puesto inyecciones, untado pomadas cicatrizantes y retirado capas muertas de
una piel tan delgada que es casi transparente. Y en todo éste tiempo, no ha
salido del pequeño cuerpo de Buda ( lo he rebautizado) un solo amago de
agresión, mordisco, queja. Nada. Un cuerpo imperfecto lleno de la mansedumbre
más perfecta... ¿será por eso lo de " Exóticos " ?
ROCO . Raquel Rodríguez Hortelano (Relato ganador 7/6/02)
Roco, nuestro perro, suele venir con nosotros
a tomar una copa los
sábados por la noche. Se queda en el coche, con la ventanilla un poco abierta.
Le gusta más esperarnos allí, que en casa. Cuando se queda sólo, en el coche,
se sube a la bandeja de atrás. Le encanta ver pasar a los transeúntes
nocturnos. El otro día, después de un par de copas, nos encontramos una foto
en
el asiento de atrás, era una polaroid. Alguien había visto a Roco sobre la
bandeja y le había hecho una foto. Nos la dejó en el coche, es la única foto
que tenemos de nuestro perro mirando a un fotógrafo anónimo.
UNA NUEVA EXISTENCIA. Juan Zamora Bermudo
Cuando iba en aquellos veranos de mi infancia
a visitar a mi abuela
Carmen al pueblo, siempre estaban aquellas gafas redondas de pasta sobre la
vieja cómoda isabelina de la habitación de mi abuela. Eran las gafas de mi
abuelo Manuel, que murió durante la guerra civil y jamás pude saber por qué
mi
abuela conservaba en aquel lugar las gafas de su marido. Parecía como si las
tuviera allí dispuestas, esperando que Manuel viera lo que sucedía en su casa
desde donde quiera que estuviera.
Carmen murió en el año 1988 y mi padre y yo fuimos al pueblo para encontrarnos
con toda la familia en tan doloroso momento. Al volver del cementerio, mis tíos
prepararon una hoguera en el corral para quemar, como era costumbre, todo el
ajuar del difunto con el fin de que el humo transportase la esencia de él hacía
algún lugar del universo. Cuando mi tío vio las gafas que mi abuela usaba para
coser dijo "no; las gafas no" y se las guardó en el bolsillo. Este
año volví a
la casa en donde ahora viven mis tíos y sobre la vieja cómoda isabelina se
hallaban las gafas de Manuel y junto a éstas, las de mi abuela Carmen.
NIÑO PEQUEÑO. Sonia Blanco. (Relato ganador 17/5/02)
Siento una pena honda por mi hijo, por su sufrimiento
siendo aún tan
pequeño, también por el mío, creo que tengo un niño demasiado raro. No me
parece extraño que tenga temores, todos los niños los tienen, pero los suyos
son muy particulares. Siente un miedo atroz cuando oye correr el agua de la
cisterna, especialmente si él está cerca, teme aproximarse mucho y que el
torrente de agua le succione y le arrastre váter abajo llevándole al sitio
horrible al que él imagina que va todo lo que cae en el retrete.
También recela del lavabo, cuando entra en el cuarto de baño se arrima a la
pared, pega la espalda a los azulejos y avanza sin darle la espalda hasta que
se cree a salvo, entonces se relaja. Me costó mucho sonsacarle el motivo de
su
conducta pero por fin una noche, antes de dormirse, me lo contó, le tiene miedo
al borde saliente del lavabo porque está seguro de que cuando crezca y llegué
a
su altura se morirá.
A mí me pone muy triste que sea víctima de esa angustia con apenas tres años
pero confieso que en el fondo, lo que más me acongoja es que temo que tenga
razón y sea la medida del lavabo la que haya de marcar el límite de su destino.
ANA. José Manuel Pumarega Conde. (Relato ganador 10/5/02)
Aquel dia de mayo yo era el niño de 8 años más
feliz del mundo. Iba con
Ana al bar donde trabaja mi padre a pedirle permiso para salir a jugar. Ana
era
mi novia, iba a mi clase y medía lo mismo que yo. Cuando entré corriendo al
bar
seguido de Ana, mi padre me dió un bofetón. Nunca supe el motivo, me quedé allí
llorando y Ana se marchó a su casa. Han pasado más de veinte años, mi padre
trabaja en el mismo bar que entonces y aún no se lo he perdonado.
LA CAÍDA. Francesc Pedragosa (Relato ganador 3/5/02)
Recuerdo que aquel día me levanté con el pié
izquierdo. Cuando me
disponía a hacer testimonial acto de presencia en el trabajo, sufrí uno de esos
tontos accidentes domésticos . Tropecé con mi píe derecho y me caí rondando
por
la escalera. Sólo eran dieciocho escalones (todos en bajada), pero la mía fue
una caída a cámara lenta. Salir rodando del escalón numero dieciocho hasta
llegar al primero, me llevó su tiempo.
Durante la caída me pasaron muchas cosas: Rodando mi mujer se divorció de mí
y
se casó con el actual padre de mis hijos. Cayendo me despidieron del trabajo.
Rodando asistí al psiquiatra. Cayendo los vi crecer y hacerse hombres. Rodando
presencié sus bodas. Cayendo me hicieron abuelo. Rodando asistí a los bautizos.
Cayendo (debió ser por el décimo escalón), asistí al funeral de mi suegra...
Rodando tuve más de una disputa generacional. Cayendo me jubilaron...
Puede decirse que conozco esa escalera como la palma de la mano. De hecho, cada
uno de sus rebordes. Cada hendidura. Cada muesca. Hasta el numero exacto de
termitas que anidan en la barandilla de madera, me es familiar. Llevo media
vida cayendo por ella. Cuando mi esqueleto impactó contra el primer escalón,
o
el ultimo. Según la perspectiva (porque rodando la orientación no es muy de
fiar), habían pasado treinta largos años..
UN TIPO. Fabio Rodríguez de la Flor (Relato ganador 26/4/02)
Era bastante imbécil. Trabajaba en uno de esos
parques temáticos. En
invierno se vestía de Silvestre y en verano de Piolín. Los psiquiatras le
diagnosticaron síndrome de doble personalidad. Era bastante imbécil. Sonreía
dentro de la careta cuando le hacían una foto. Murió el año pasado. Un chaval
precoz de once años con pelo largo y ojos guionados le prendió fuego a la
poliamida con la punta de un cigarro.
El pobre imbécil se pasaba la mitad de un año persiguiendo y la otra mitad
perseguido, la mitad de un año de blanco y negro y la otra mitad amarillo y
naranja. Cada uno de esos trajes representaba una personalidad y una temporada,
igual que el olor a pipas impregnaba sus tardes de domingo. Su pobre mujer
guarda el único traje de trabajo dentro del ropero, en un sepulcro hecho con
miles de bolitas de alcanfor, como si fuera un monumento marca ACME. Murió en
verano, así que es Silvestre el que yace en el armario.
EL SEAT BLANCO. César Jiménez. (Relato ganador 19/04/02)
Como cada verano viajamos toda la familia en
el coche para ver a los
abuelos. Salíamos a las 5 de la mañana y desayunábamos a mitad de camino. Yo
me
había enfadado con mi padre y no quise entrar a desayunar, así que me quedé
en
el parking del bar de carretera tirando piedras a un campo cercano.
Mi fuerte nunca fue el lanzamiento de piedras, así que acabé rompiendo la luna
trasera de Seat blanco, coche aparcado en el parking. La sangre se me heló,
miré a todas partes buscando a la persona que me echaría la bronca, pero a los
pocos segundos salieron mis padres con mis hermanos y se montaron en el coche
como si nada.
Yo subí al coche rápidamente y estuve callado todo el camino. El resto de los
1.700 kilómetros que hicimos aquel verano los pasé escondiéndome cada vez que
veía un Seat blanco.
EL TIEMPO EN EL ESPEJO. Mercedesmonzón H (Relato ganador 12/4/02)
Cuando ví sobre el muro de aquella casa encalada
una mancha luminosa que
se movía, la seguí. Aunque su fulgor deslumbraba y el blanco de la cal era casi
respirable, yo la seguí. Como en un juego, la mancha se dirigió en un rápido
zigzag hacia una ventana abierta en el muro y desapareció por ella, entonces
miré el interior de la casa por la ventana y me encontré de frente con un niño
que me era muy familiar. Tenía en la mano un espejo con el que atrapaba
hábilmente al sol para dirigirlo a su antojo a los ojos de la gente. Yo creo
que me deslumbró y por eso creí ver una mancha en el muro. También creo que
ese
niño se parecía mucho a mí cuando tenía nueve años. Por eso le di la mano y
le
ayudé a salir.
MI CAMA. Belén Álvarez Espada (GANADOR 05/04/2002)
Cuando era pequeña me gustaba meterme debajo
de las sábanas y ponerme al
revés, es decir, la cabeza donde los pies. Una vez empecé a bajar y a bajar,
y
no encontraba el final, anduve a rastras con la sábana ceñida a mi cuerpo más
de una hora, menos mal que tenía mi linterna. Cuando vi que no llegaba al final
volví para atrás y cuando llevaba un buen rato arrastrándome y no encontraba
la
salida llamé a mi madre angustiada y empecé a llorar. Mi madre no venía, seguí
llorando y llamándola cada vez con más miedo, por fin llegué a la cabecera y
pude salir a respirar aire fresco, de repente apareció mi madre: - ¿Qué te pasa
hija? - Mamá, es que no venías. - Ya mi amor, es que no encontraba la salida
para bajar de mi cama.
LOS RUIDOS DE ARRIBA. Clara Real (Relato ganador 22/03/02)
En la casa de arriba, que es muy silenciosa,
hay ruidos extraños. Cosas
que caen al suelo; parrafadas en voz baja que no consigo entender; gritos,
voces sueltas - te voy a matar, fuera, fuera - que me asustan, y me recuerdan
a
otras que riñen a niños y a abuelos.
A veces me ha parecido oír llorar a un niño. El niño no habla. Parlotea y grita
siempre la misma voz de mujer. Después de los golpes en el techo suena el motor
de un aspirador. A veces se oye rodar una canica de forma insistente. Es un
ruido muy molesto, tan molesto que me parecería razonable que la vecina gritase
amenazas de muerte y enchufara el aspirador hasta tragársela. Pero con los
ruidos de la canica nunca hay ni voces, ni otros ruidos.
Cuando a mi vecina le instalaron el aire acondicionado, bajó por primera vez
a
nuestra casa, y lo hizo para disculparse. El motivo era el polvo y los cascotes
que habían manchado nuestra ventana. Mamá, interesada por los detalles de la
obra, subió a la suya. A su vuelta nos habló del gato que vivía arriba.
DIARIO DE JUAN . Celsa C. Muñiz (Relato ganador 18/03/02)
Jueves 5. Odio el semáforo que hay en la calle
Bogotá, porque cuando papá
viene a recogerme al colegio y esperamos a que se ponga verde, papá deja de
hablarme, se pone muy serio, pone el seguro a las puertas del coche y hasta
que
el semáforo no se pone verde, no oye y no ve. No mueve las pestañas y mira muy
fijo a no se donde. Y sé que no ve y no oye porque cuando el señor ese que
vende los pañuelitos de papel le habla, papá no le responde y tampoco le mira,
y eso que el hombre se pone delante de la ventanilla de papá... pero nada...
papá no le ve y no le oye. Creo que la culpa es del semáforo porque cuando se
pone verde, papá vuelve a ver y a oir otra vez.
Sábado 7. Estoy preocupado por papá. Ayer volvió a dejar de oír y de ver en
otro semáforo, y eso que una chica que vendía periódicos no paraba de picarle
en el cristal. Sigo pensando que la culpa es de los semáforos, pero ¿por qué
será? Mañana se lo preguntaré a mamá.
IDENTIDAD. Julián Alamillo Bartolomé (Relato ganador del 8 de marzo)
Anoche soñé que yo era otro, y que mi madre y
mi hermana y todos los que
me rodeaban me llamaban por otro nombre que no es el mío. Aunque, pensándolo
bien, no eran ni mi madre ni mi hermana, sino la madre y la hermana de ese otro
que era yo. Y soñé que vivía en otra ciudad y en otro país y que mi vida era
distinta a la que tengo y que conocía a otra gente y me interesaban otras
cosas. Soñé que viajaba y venía aquí, a mi ciudad, y paseaba por la calle y
alguien se me quedaba mirando y cuando me volví hacia él, comprobé que tenía
mi
cara y que iba con una madre y una hermana que eran mi madre y mi hermana, y
que le llamaban por mi nombre.
Entonces me desperté gritando, y acudieron a consolarme la madre y la hermana
de ese otro que no era yo, y me asomé a la ventana y comprobé que vivía en esa
otra ciudad y en ese otro país que no eran los míos y lloré amargamente.
ERA AMOR. Isabel Cañelles (Relato ganador del viernes 1 de marzo)
Dices que no entiendes por qué cuando llegas
del trabajo me encuentras
casi siempre tumbado en el sofá, cubierto con la manta de cuadros. Antes no
decías nada. Te acercabas y, sin quitarte el abrigo, me besabas en los labios.
Me preguntabas con dulzura qué tenía y yo, con un mohín, te decía que no me
encontraba bien. Entonces me besabas largamente en la sien izquierda. Estás
un
poco caliente, decías. Te oía revolver en el armarito del baño y regresabas
con
pasos preocupados. Mientras esperábamos a que el termómetro hablara, me
susurrabas al oído pero qué te duele. Y yo contestaba nada, no sé, la cabeza
y
un poco las piernas. Voy a prepararte un Surbitón, decías. Mientras las
burbujitas huían asustadas de la gragea, me quitabas el termómetro con
delicadeza. Pues no tienes fiebre, murmurabas después de mirar la temperatura
en varias posiciones con los ojos entornados. Había un punto de desilusión en
tu voz. Pues no estoy bien, insistía yo. Bueno, decías, tómate el Surbitón y
quédate ahí, bien tapado, que voy a prepararte la cena.
Ahora dices que no entiendes lo que me pasa. Que te tengo harta. Que cada dos
por tres estoy con la misma historia. Que me cuide mi madre. Cuando llegues
del
trabajo, encontrarás la manta de cuadros doblada simétricamente sobre el sofá,
con esta nota encima. Hoy me encontraba mejor, y he aprovechado para salir a
respirar aire puro. Pero antes tenía que decírtelo. Creo que ya no te quiero
tanto.
CARTA DEL NIÑO QUE FUÍ. José Antón Villanueva (Relato ganador del 22 de
febrero)
Afloró en mi memoria, justo en el instante que
escuchaba el programa del
pasado Viernes, el recuerdo de una carta muy especial. Una carta que tenía casi
olvidada. Busqué en el último cajón del armario mas viejo del desván y,
mezclada entre otras cartas antiguas, viejos recortes de periódicos y otros
recuerdos de mi niñez, encontré un sobre cerrado, sin sello, sin remitente,
solo con una inscripción en su anverso: " NO LEER HASTA EL 2005".
Se trataba de una carta que escribí de niño y que iba dirigida a mí para
abrirla cuando fuese mayor. Una carta en la que relataba las ilusiones y
esperanzas de un niño y dejaba el interrogante de si esos sueños se harían o
no
realidad. Algo nervioso y emocionado, como aquel niño que la escribiera,
comencé a abrirla, despacio, con mucho cuidado y aspirando el aire que se
escapaba de aquel viejo sobre, intentando recordar y evocar el momento y día
que la escribí: ¿Cómo era, que solía hacer, con quién jugaba....? En su
interior un folio y una foto, para que antes de leer mirase a los ojos a ese
niño que tiene toda la vida por delante. Y comencé a leer:
¡Hola Pepe! Cómo estas?. Seguro que bien, aunque algo mas viejo. Espero que
estés ilusionado de haber encontrado esta carta y si no es así te (me)
agradecería que volvieses a cerrarla para abrirla en mejor momento o pasado
mas
tiempo. Te imagino con el pelo poblado de canas, algún kilo de mas en la
barriguita y con arrugas en la cara. ¿Eres ya astronauta...? No se si
recordarás que en ésta época de tu vida te pasas las noches mirando al cielo
con la boca abierta y soñando despierto con las montañas de Marte, los anillos
de Saturno, los mares de la Luna y cada una de las estrellas que iluminan el
firmamento. Recuerda que te hiciste la promesa de algún día tratarías de
alcanzarlo, y espero que estés haciendo todo lo posible por conseguirlo, aunque
se que será tarea difícil.
En cuanto a los amigos que realmente merezcan la pena ya sabes que son
difíciles de conseguir, por lo que deberías de conservar los que tienes (que
son buena gente) e ir aumentando su número en proporción a los años vividos.
Recuerda también que la familia es lo más importante de todo, aunque sé que
ahora no lo aprecio en su justa medida. No debes cansarte por muchos años que
tengas de decirle a tu madre lo mucho que la quieres, ya sabes que a las madres
siempre le gusta oír eso. Por último no se que futuro te (me) deparará el
destino y si las decisiones que tomes en la vida serán acertadas o equivocadas,
pero recuerda que debes disfrutar de lo que tienes y en compañía de los que
te
quieren (como haces ahora) y sobre todo debes ser fiel a ti mismo. ¡Sabes que
confío en ti, ánimo y suerte. No me decepciones!!
EL BOLI. Jaime de Nepas (Relato ganador 15 de febrero)
En el sótano de la fábrica F hacen monómeros
a partir de derivados del
petróleo, los cuales se transforman en polímeros o resinas sintéticas cuando
interviene un catalizador. Las resinas sintéticas se suben a la planta
principal y se dividen en la cadena A y en la B. En la primera se le añaden
elementos termoestables, se calientan, se moldean y producen tubitos de
plástico endurecido, recto, hexagonal de 7 milímetros de diámetro y 13
centímetros de longitud, y ligeramente biselado al final. En la cadena B los
polímeros se convierten en un poliestireno flexible, que por inyección se
transforma en un tubo que cabe en el interior del primero. En la cadena C se
acoplan ambos, se pone en la punta un cono metálico dorado con una bolita
diabólica y se rellena el interior de tinta (un disolvente mezclado con negro
de humo, azul de Prusia, amarillo de cromo u otros pigmentos), se coloca una
tapa y un capuchón también de plástico, y ya está hecho el bolígrafo.
Parecen todos iguales, pero ca, miles de ellos sólo valen para que los muerdan
por atrás los niños, los estudiantes y los oficinistas; otros miles van a parar
en exclusiva a las orejas de los comerciantes; también hay miles de ellos que
reposan eternamente sin hacer nada en bolsillos de chaquetas o camisas; algunos
de estos últimos, rebeldes, eyaculan por su cuenta, destrozan las blusas y son
arrojados a la basura; los hay a millares que no hacen más que quinielas; otros
muchos se pierden y, en fin, la mayoría de ellos tiene tinta sin misterio. Pero
uno entre cien millones lleva en su interior media novela; busca, trabaja con
dos de éstos y ya la tienes completa.
LABIOS ATRACTIVOS. Paco Ibáñez (Relato ganador 8-2-2002)
Marta, 27 años, morena, grandes pechos, atractivos
labios. Llevaba varios
días dándole vueltas, y al fin me decidí. Llamé por teléfono y me citó para
esa
misma tarde. A la hora establecida aparecí en la puerta del hotel. Ella se
acercó y tras presentarse, me pidió que la siguiera. Subimos a la habitación
y
nos desnudamos. Sin más preámbulos, comencé a tocarla, primero la espalda, los
hombros, los pechos, los muslos, y al fin, alcancé el pubis. Al introducir
suavemente mi dedo en su vagina noté una leve presión y como mi dedo,
dulcemente atrapado, iba entrando cada vez más, intente sacarlo pero no pude.
Poco a poco fueron penetrando el resto de mis dedos, la mano entera, parte del
brazo, el codo, todo el brazo. Efectuó un rápido y preciso movimiento y mi
cabeza también se hundió en el interior de su vagina y a partir de ahí, y ya
con facilidad, el resto de mi cuerpo. Una vez en su interior y mediante cortas
contracciones musculares, fui conducido a una pequeña sala en la que se
filtraba un poco de luz exterior y allí los pude ver. Decenas de cadáveres que,
como yo, decidieron en su día saborear los atractivos labios de Marta.
ELLA. Gabriel Bulgarini (Relato ganador 1/2/2001)
Tenía trece años y estaba enamorado, y, aunque
no sabía nada de Ella en
realidad sabía mucho. Todos los días a las siete y media de la mañana nos
encontrábamos en la parada del autobús, nos cruzábamos tímidas y esquivas
miradas e incluso ya en el autobús, algunas veces, nuestros cuerpos se rozaban.
Yo vivía en el barrio El Corral, Ella en La Colonia, lo sé porque la avenida
donde se hallaba la parada dividía los barrios y Ella llegaba del otro lado.
Yo
estudiaba en un instituto público, Ella en uno de monjas, lo sé por el escudo
que llevaba en su uniforme. Ella se bajaba en la siguiente parada a la mía,
lo
sé porque ahí termina el recorrido del autobús. Ella es un año mayor que yo,
lo
sé porque en mi último curso, Ella ya no apareció por la parada....... Tengo
cuarenta años y una hija de cinco a la que le he puesto el mismo nombre de
ella, Ana, lo sé porque ella es mi mujer.
ESCOPETA. Jaime de Nepas. RELATO GANADOR 25/01/2002
Seis meses después de que mis padres se separaran
yo cumplí 10 años. Mi
madre me dijo aquella la mañana por primera vez en mi vida que ella iba a tener
gemelos, pero que sólo me tuvo a mí, y por la tarde mi padre me regaló una
escopeta de aire comprimido con una caja de perdigones. El primer domingo que
estuve con él me recibió con un beso y un "qué tal con la arpía de tu madre".
El segundo me preguntó si ya le había disparado a algún pájaro "o pájara".
El
tercero me aseguró que ella no me había querido nunca porque el primer niño
murió y ella empezó a llorar y a no empujar "y casi te mata a ti".
El cuarto
domingo me dijo que tenía que apuntar a la cabeza porque "en el cuerpo
tienen
muchas plumas fuertes y no les haces nada", aguantar un poco la respiración
y
apretar el gatillo con suavidad. Hasta que en el quinto domingo, como no me
hablaba de otra cosa, le dije, "mira papá, no me gusta matar pájaros, y,
además, mamá cogió la escopeta al día siguiente y la cambió por una olla
exprés".
CICATRICES. Pablo V.Sánchez (Relato ganador 11-1-02)
Poco antes de morir, sentí el deseo de recordar
mi vida. Me trajeron mi
álbum de fotos. Pero al ir a cogerlo preferí fijarme en mi mano, en esas
pequeñas cicatrices que tienen todas las manos... marcas invisibles,
blanquecinas, viejas: la señal de aquel clavo en el patio de la escuela, la
marca del cristal que rompí con mi hermana... el arañazo enamorado de Marta.
Cerre aquella mano y me llevé mis recuerdos a la tumba.
AQUELLA MESA CAMILLA. Isabel Garcia Frutos (Relato ganador 28-12-01)
Era redonda como lo son todas, pequeña para los
que la ocupábamos, es
decir, el tamaño era relativo, ella no tenía culpa. No tenía su brasero, no
sé
por qué, creo que eso marcó nuestra infancia. A mi padre, a mi hermana y a mi
madre les tocaba espacio libre, mi hermano y yo compartíamos espacio para
pierna izquierda y derecha, respectivamente y pata con pierna derecha, pata
con
izquierda, también respectivamente. No era complicado, lo llevábamos sin
demasiada amargura.
Lo peor fueron las muchas habichuelas, las abundantes patatas cocidas, mucho
huevo frito, el cocido dominguero con sabor a viejo cordero, que nos hizo
pensar si acaso no escondía mi madre un macho cabrío debajo de la cama (más
de
una vez miramos, no encontramos nada), mucha morcilla, muchas naranjas, jamón
poco, mi madre decía que no nos gustaba, el día que hizo la encuesta creo que
yo no estaba.
Hablar lo que se dice hablar, poco, como lo del jamón, no nos gustaba, reir,
no
sé, consultaré con mis recuerdos. Yo era una persona fuerte y movida, pero
aquellas sesiones de mesa de camilla no me abrían el apetito. Entonces, antes
de comer, solía pasarme por la cocina, y aprovechando descuidos de mi madre
me
echaba a la boca lo que encontraba a mi paso, pan, olivas, galletas, torrijas,
flanes... Me sentaba en la mesa ya comida, me tragaba casi literalmente lo que
se me asignaba y creo que a los cinco minutos ya estaba en pie, podía irme a
buscar calor a otra parte de la casa. No siempre lo encontraba.
RETIRADA. Jesús Carrasco (RELATO GANADOR 21-12-01)
A primeros de enero decidimos dar por terminada
nuestra relación y por
supuesto, nuestra convivencia. Eva se cambia al turno de tarde y yo retraso
mi
hora de salida. De este modo, cuando yo llego a casa ella ya se ha marchado
y
cuando ella regresa, yo ya me estoy haciendo el dormido.
Vamos vaciando la casa por partes, día a día, sin vernos. Una tarde, yo echaré
en falta los discos de Chico Buarque que al final han terminado por gustarme.
Alguna mañana, ella no encontrará el mapa de África sobre el que solíamos soñar
nuestros viajes. Durante los últimos quince días nos alimentamos casi
exclusivamente del jamón de navidad cuya muesca, cada vez más convexa, es ya
lo
único que hacemos en común aunque eso sí, a diferentes horas.
Al principio las extracciones son generosas (parece que todavía tenemos ganas
de comer), pero a medida que la casa se vacía, el jamón decrece cada vez más
tímidamente, como si no quisiéramos verlo terminar. Un martes por la tarde el
cuchillo toca por fin en hueso. Entonces, envuelvo el bocadillo, desconecto
el
automático, cierro la puerta de la casa tras de mí y le doy dos vueltas a la
llave. Siento un vacío en el estómago. Tengo hambre.
EL CUENTO INACABADO. Jordi Coll (Relato ganador 30/11/01)
La tarde del viernes era plomiza, silenciosa.
Una luz tenue envolvía de
paz el final de una semana laboral que había sido intensa y agitada. El coche
se deslizaba por la autopista sin prisa, a esa velocidad indefinida que produce
la mezcla de desgana y de cansancio. Podía haber llovido pero no lo hacía. De
lejos, en la radio del coche, un famoso escritor anunciaba un cuento, una
historia escuchada en un bar y rescatada del olvido. La historia hablaba de
las
cartas que un estudiante enviaba periódicamente a sus padres. En una carta les
hablaba de una chica. En la siguiente toda la carta era la chica. La siguiente
no llegó a escribirla porque moría atropellado por un vehículo en el campus
de
la facultad donde estaba estudiando. Los padres acudieron al entierro y en él
anhelaban conocer a la persona que había ocupado el corazón de su hijo ahora
fallecido. Pero la chica no apareció. De vuelta a casa y a los pocos días del
entierro recibieron una carta... justo en el momento que el vehículo atraviesa
un largo túnel. Es el único tunel que hay en el trayecto. Toda la tarde se
pierde en la impaciencia por salir de él y oír el final de la historia. Pero
todo se hace lento, extremadamente lento y unos instantes después, cuando
vuelven en si la luz y la palabra, la historia ya ha finalizado. Mas tarde,
en
la noche, quizás ya de madrugada, encuentra la historia narrada por la radio.
Esta en la red. La lee, la reconoce, intenta recuperar el anhelo por oírla pero
aunque trata de lo mismo esa es ya otra historia.
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La Ventana
LA VENTANA DE MILLÁS
MILLÁS SE DESPIDE HASTA DESPUÉS DEL VERANO. ESTOS SON LOS RELATOS GANADORES
DE
CADA VIERNES DURANTE TODA LA TEMPORADA.
Juan José Millás
PEQUEÑOS RITOS. Diana Simón Düringer (Relato ganador 05/07/2002)
En verano le gustaba llevar el pelo del pubis
bien cortito. Odiaba esos
rizos negros y tupidos que chorreaban entre las piernas de otras mujeres al
salir del mar. Y si a ella no le gustaban, seguro que a muchos hombres tampoco.
Por ello el recorte y poda cuidadosa del único lugar donde conservaba vello
corporal, se había convertido en un ritual diario de aseo tras el desodorante
y
la crema. Cada día por la mañana le hacía un repaso para que se mantuviera en
forma de corazón. Y lo hacía sentada en el retrete, con unas tijeras de
peluquero, estrechas, largas y afiladas, que su marido guardaba en el mueble
de
médico acristalado del lavabo y que utilizaba para cortarse el pelo.
Anteriormente realizaba el ritual con las tijeras de las uñas, más pequeñas
pero demasiado curvas y por ello peligrosas. También lo había intentado con
las
de la cocina, demasiado grandes y rudas, hasta que al final había encontrado
las de su marido, las tijeras perfectas.
Aquel sábado él entró en el baño mientras ella, sentada y con las piernas
abiertas, se recortaba cuidadosamente. Ella se sintió incómoda, él la miró
fastidiado. ¿Cómo se te ocurre usar esas tijeras?¿No ves que yo me recorto cada
mañana los pelos de la nariz con ellas? Ella, sorprendida, las dejó
inmediatamente, - perdona cariño, no lo sabía- y cogió las de las uñas. Sin
embargo, al día siguiente, después de la ducha, cuando se sentó y abrió las
piernas, volvió a coger las tijeras de su marido. Desde entonces siempre echa
el cerrojo y se recorta con esas tijeras que después su marido mantiene más
tiempo del necesario en la nariz, intentando descubrir el aroma que un día su
mujer dejó en ellas.
NANSI. Genaro Muñoz Egido (Relato ganador 28/6/02)
A finales del otoño pasado estuve en Cuba, en
el viaje de fin de carrera.
El aeropuerto de La Habana es muy cutre, aunque muy limpio, y el autobús nos
dio cuarenta vueltas por la ciudad para dejar a los turistas en sus hoteles.
A
la mañana siguiente iba yo por el amplio vestíbulo cuando alguien me agarró
una
mano, así, sin más. Era una chica preciosa de las que allí llaman cuarteronas,
o sea, algo más blanca que las mulatas. Ya no me soltó en toda la semana. Se
llamaba Nansi, no Nancy, no, sino Nansi. Vi con ella el Jardín Botánico, una
vasta extensión arbolada donde crecían cien clases diferentes de palmeras, vi
ficus que medían diez metros de altura, y azaleas que podían dar sombra a
cuatro personas. Plantas que en mi casa estaban en tiestos, allí eran árboles
frondosos.
Nansi era igual de exuberante. Un día me pidió dos dólares para comprar un
antibiótico para su abuela. Y otros dos para un antiasmático para su mamá. Yo,
asesorado por mis padres, había llevado lápices, sacapuntas, bolígrafos,
compresas de algodón, tampax, alguna camiseta, un desodorante..., y todo se
lo
dejé a Nansi. Cierto día, dejó de absorber su mojito, me miró con tranquilidad
y me dijo: "dime, mi amor, no más, ¿cómo es el Corte Inglés?
ABUELITA DIME TÚ. Antonio Valle (Relato ganador 21/6/02)
Cuando llegué a la casa de mis abuelos corrí
hasta la ventana para mirar
a ver si estaban en el huerto como siempre, y vi a mi abuelita que venía hacia
la casa por el pequeño camino de cemento entre las fresas. Llevaba con ella
a
Bunny, pero no lo tenía en el regazo, sobre el viejo delantal de cuadros, lo
llevaba cogido por los pies, cuán largo era, y Bunny se movía incómodo.
Iba a gritarle que había traído hojas de lechuga y zanahorias cuando levantó
a
Bunny estirando el brazo y con la otra mano le dio un golpe en la cabeza, una
especie de golpe de karate, pero el conejo se movió y entonces le dio otros
tres golpes seguidos, usando la mano como un hacha. Y Bunny dejó de moverse.
Mi
abuelita bajó los brazos, metió una mano en el bolsillo del delantal y se
volvió para llamar a mi abuelo que estaba hablando con un vecino. Luego siguió
caminando lentamente hacia la casa. Yo me fui corriendo y me encerré en el 850
de mi padre. Bajé todos los pestillos.
BARRY . Edelmira Alonso (Relato ganador 14/6/02)
El pasado jueves metí a nuestro pequeño hámster
en una caja de zapatos y
salí a la calle en dirección a una clínica veterinaria que hay cerca de casa.
Pretendía ponerle la inyección letal y acabar así con su sufrimiento. Aparte
de
estar bastante calvo, llevaba dos semanas rascándose con una furia tal que su
pequeño cuerpo estaba lleno de llagas. Convencida de que por lo menos era
sarna, prohibí a los niños acercarse, me puse los guantes de fregar, lo cogí
del cuello, lo introduje en la caja y me puse en marcha.
Al llegar a la clínica, me dijeron que el experto en "Exóticos" tardaría
un
poco. No hice ningún comentario y me senté. Empecé a hojear una revista sobre
canguros y a ensayar argumentaciones a favor de la eutanasia. En eso, llegó
el
veterinario. Me levanté muy decidida y empecé a explicarle; él me dejó hablar
y
se dedicó a untar, pinchar, rascar, manosear...
-¿Cómo se llama ? - preguntó
-Barry.
Entonces empezó a hablarle en voz bajita, mientras le curaba las llagas y le
rociaba no se qué antibiótico con un algodón diminuto.
Una hora más tarde salí de la clínica con mi pequeño hámster hecho una bola
dentro la caja, una larga hoja de instrucciones para las curas en casa y la
sensación de que aquel médico era como John Wayne. Esa noche mi marido y yo
teníamos una cena a la que llegamos con hora y media de retraso. Durante el
viaje en coche, le conté la tontería inexplicable, intenté hacerle comprender
lo que sentí cuando salí a la calle con Barry en la caja. Él me preguntó si
iba
a tener tiempo para tanta historia. Le contesté que no lo sabía. Mentí. Estaba
segura de que sería un verdadero incordio.
Llevo cinco días curándole por la mañana y por la noche. En todo éste tiempo,
mis manos, acostumbradas a coger el teléfono y teclear ante un ordenador, han
puesto inyecciones, untado pomadas cicatrizantes y retirado capas muertas de
una piel tan delgada que es casi transparente. Y en todo éste tiempo, no ha
salido del pequeño cuerpo de Buda ( lo he rebautizado) un solo amago de
agresión, mordisco, queja. Nada. Un cuerpo imperfecto lleno de la mansedumbre
más perfecta... ¿será por eso lo de " Exóticos " ?
ROCO . Raquel Rodríguez Hortelano (Relato ganador 7/6/02)
Roco, nuestro perro, suele venir con nosotros
a tomar una copa los
sábados por la noche. Se queda en el coche, con la ventanilla un poco abierta.
Le gusta más esperarnos allí, que en casa. Cuando se queda sólo, en el coche,
se sube a la bandeja de atrás. Le encanta ver pasar a los transeúntes
nocturnos. El otro día, después de un par de copas, nos encontramos una foto
en
el asiento de atrás, era una polaroid. Alguien había visto a Roco sobre la
bandeja y le había hecho una foto. Nos la dejó en el coche, es la única foto
que tenemos de nuestro perro mirando a un fotógrafo anónimo.
UNA NUEVA EXISTENCIA. Juan Zamora Bermudo
Cuando iba en aquellos veranos de mi infancia
a visitar a mi abuela
Carmen al pueblo, siempre estaban aquellas gafas redondas de pasta sobre la
vieja cómoda isabelina de la habitación de mi abuela. Eran las gafas de mi
abuelo Manuel, que murió durante la guerra civil y jamás pude saber por qué
mi
abuela conservaba en aquel lugar las gafas de su marido. Parecía como si las
tuviera allí dispuestas, esperando que Manuel viera lo que sucedía en su casa
desde donde quiera que estuviera.
Carmen murió en el año 1988 y mi padre y yo fuimos al pueblo para encontrarnos
con toda la familia en tan doloroso momento. Al volver del cementerio, mis tíos
prepararon una hoguera en el corral para quemar, como era costumbre, todo el
ajuar del difunto con el fin de que el humo transportase la esencia de él hacía
algún lugar del universo. Cuando mi tío vio las gafas que mi abuela usaba para
coser dijo "no; las gafas no" y se las guardó en el bolsillo. Este
año volví a
la casa en donde ahora viven mis tíos y sobre la vieja cómoda isabelina se
hallaban las gafas de Manuel y junto a éstas, las de mi abuela Carmen.
NIÑO PEQUEÑO. Sonia Blanco. (Relato ganador 17/5/02)
Siento una pena honda por mi hijo, por su sufrimiento
siendo aún tan
pequeño, también por el mío, creo que tengo un niño demasiado raro. No me
parece extraño que tenga temores, todos los niños los tienen, pero los suyos
son muy particulares. Siente un miedo atroz cuando oye correr el agua de la
cisterna, especialmente si él está cerca, teme aproximarse mucho y que el
torrente de agua le succione y le arrastre váter abajo llevándole al sitio
horrible al que él imagina que va todo lo que cae en el retrete.
También recela del lavabo, cuando entra en el cuarto de baño se arrima a la
pared, pega la espalda a los azulejos y avanza sin darle la espalda hasta que
se cree a salvo, entonces se relaja. Me costó mucho sonsacarle el motivo de
su
conducta pero por fin una noche, antes de dormirse, me lo contó, le tiene miedo
al borde saliente del lavabo porque está seguro de que cuando crezca y llegué
a
su altura se morirá.
A mí me pone muy triste que sea víctima de esa angustia con apenas tres años
pero confieso que en el fondo, lo que más me acongoja es que temo que tenga
razón y sea la medida del lavabo la que haya de marcar el límite de su destino.
ANA. José Manuel Pumarega Conde. (Relato ganador 10/5/02)
Aquel dia de mayo yo era el niño de 8 años más
feliz del mundo. Iba con
Ana al bar donde trabaja mi padre a pedirle permiso para salir a jugar. Ana
era
mi novia, iba a mi clase y medía lo mismo que yo. Cuando entré corriendo al
bar
seguido de Ana, mi padre me dió un bofetón. Nunca supe el motivo, me quedé allí
llorando y Ana se marchó a su casa. Han pasado más de veinte años, mi padre
trabaja en el mismo bar que entonces y aún no se lo he perdonado.
LA CAÍDA. Francesc Pedragosa (Relato ganador 3/5/02)
Recuerdo que aquel día me levanté con el pié
izquierdo. Cuando me
disponía a hacer testimonial acto de presencia en el trabajo, sufrí uno de esos
tontos accidentes domésticos . Tropecé con mi píe derecho y me caí rondando
por
la escalera. Sólo eran dieciocho escalones (todos en bajada), pero la mía fue
una caída a cámara lenta. Salir rodando del escalón numero dieciocho hasta
llegar al primero, me llevó su tiempo.
Durante la caída me pasaron muchas cosas: Rodando mi mujer se divorció de mí
y
se casó con el actual padre de mis hijos. Cayendo me despidieron del trabajo.
Rodando asistí al psiquiatra. Cayendo los vi crecer y hacerse hombres. Rodando
presencié sus bodas. Cayendo me hicieron abuelo. Rodando asistí a los bautizos.
Cayendo (debió ser por el décimo escalón), asistí al funeral de mi suegra...
Rodando tuve más de una disputa generacional. Cayendo me jubilaron...
Puede decirse que conozco esa escalera como la palma de la mano. De hecho, cada
uno de sus rebordes. Cada hendidura. Cada muesca. Hasta el numero exacto de
termitas que anidan en la barandilla de madera, me es familiar. Llevo media
vida cayendo por ella. Cuando mi esqueleto impactó contra el primer escalón,
o
el ultimo. Según la perspectiva (porque rodando la orientación no es muy de
fiar), habían pasado treinta largos años..
UN TIPO. Fabio Rodríguez de la Flor (Relato ganador 26/4/02)
Era bastante imbécil. Trabajaba en uno de esos
parques temáticos. En
invierno se vestía de Silvestre y en verano de Piolín. Los psiquiatras le
diagnosticaron síndrome de doble personalidad. Era bastante imbécil. Sonreía
dentro de la careta cuando le hacían una foto. Murió el año pasado. Un chaval
precoz de once años con pelo largo y ojos guionados le prendió fuego a la
poliamida con la punta de un cigarro.
El pobre imbécil se pasaba la mitad de un año persiguiendo y la otra mitad
perseguido, la mitad de un año de blanco y negro y la otra mitad amarillo y
naranja. Cada uno de esos trajes representaba una personalidad y una temporada,
igual que el olor a pipas impregnaba sus tardes de domingo. Su pobre mujer
guarda el único traje de trabajo dentro del ropero, en un sepulcro hecho con
miles de bolitas de alcanfor, como si fuera un monumento marca ACME. Murió en
verano, así que es Silvestre el que yace en el armario.
EL SEAT BLANCO. César Jiménez. (Relato ganador 19/04/02)
Como cada verano viajamos toda la familia en
el coche para ver a los
abuelos. Salíamos a las 5 de la mañana y desayunábamos a mitad de camino. Yo
me
había enfadado con mi padre y no quise entrar a desayunar, así que me quedé
en
el parking del bar de carretera tirando piedras a un campo cercano.
Mi fuerte nunca fue el lanzamiento de piedras, así que acabé rompiendo la luna
trasera de Seat blanco, coche aparcado en el parking. La sangre se me heló,
miré a todas partes buscando a la persona que me echaría la bronca, pero a los
pocos segundos salieron mis padres con mis hermanos y se montaron en el coche
como si nada.
Yo subí al coche rápidamente y estuve callado todo el camino. El resto de los
1.700 kilómetros que hicimos aquel verano los pasé escondiéndome cada vez que
veía un Seat blanco.
EL TIEMPO EN EL ESPEJO. Mercedesmonzón H (Relato ganador 12/4/02)
Cuando ví sobre el muro de aquella casa encalada
una mancha luminosa que
se movía, la seguí. Aunque su fulgor deslumbraba y el blanco de la cal era casi
respirable, yo la seguí. Como en un juego, la mancha se dirigió en un rápido
zigzag hacia una ventana abierta en el muro y desapareció por ella, entonces
miré el interior de la casa por la ventana y me encontré de frente con un niño
que me era muy familiar. Tenía en la mano un espejo con el que atrapaba
hábilmente al sol para dirigirlo a su antojo a los ojos de la gente. Yo creo
que me deslumbró y por eso creí ver una mancha en el muro. También creo que
ese
niño se parecía mucho a mí cuando tenía nueve años. Por eso le di la mano y
le
ayudé a salir.
MI CAMA. Belén Álvarez Espada (GANADOR 05/04/2002)
Cuando era pequeña me gustaba meterme debajo
de las sábanas y ponerme al
revés, es decir, la cabeza donde los pies. Una vez empecé a bajar y a bajar,
y
no encontraba el final, anduve a rastras con la sábana ceñida a mi cuerpo más
de una hora, menos mal que tenía mi linterna. Cuando vi que no llegaba al final
volví para atrás y cuando llevaba un buen rato arrastrándome y no encontraba
la
salida llamé a mi madre angustiada y empecé a llorar. Mi madre no venía, seguí
llorando y llamándola cada vez con más miedo, por fin llegué a la cabecera y
pude salir a respirar aire fresco, de repente apareció mi madre: - ¿Qué te pasa
hija? - Mamá, es que no venías. - Ya mi amor, es que no encontraba la salida
para bajar de mi cama.
LOS RUIDOS DE ARRIBA. Clara Real (Relato ganador 22/03/02)
En la casa de arriba, que es muy silenciosa,
hay ruidos extraños. Cosas
que caen al suelo; parrafadas en voz baja que no consigo entender; gritos,
voces sueltas - te voy a matar, fuera, fuera - que me asustan, y me recuerdan
a
otras que riñen a niños y a abuelos.
A veces me ha parecido oír llorar a un niño. El niño no habla. Parlotea y grita
siempre la misma voz de mujer. Después de los golpes en el techo suena el motor
de un aspirador. A veces se oye rodar una canica de forma insistente. Es un
ruido muy molesto, tan molesto que me parecería razonable que la vecina gritase
amenazas de muerte y enchufara el aspirador hasta tragársela. Pero con los
ruidos de la canica nunca hay ni voces, ni otros ruidos.
Cuando a mi vecina le instalaron el aire acondicionado, bajó por primera vez
a
nuestra casa, y lo hizo para disculparse. El motivo era el polvo y los cascotes
que habían manchado nuestra ventana. Mamá, interesada por los detalles de la
obra, subió a la suya. A su vuelta nos habló del gato que vivía arriba.
DIARIO DE JUAN . Celsa C. Muñiz (Relato ganador 18/03/02)
Jueves 5. Odio el semáforo que hay en la calle
Bogotá, porque cuando papá
viene a recogerme al colegio y esperamos a que se ponga verde, papá deja de
hablarme, se pone muy serio, pone el seguro a las puertas del coche y hasta
que
el semáforo no se pone verde, no oye y no ve. No mueve las pestañas y mira muy
fijo a no se donde. Y sé que no ve y no oye porque cuando el señor ese que
vende los pañuelitos de papel le habla, papá no le responde y tampoco le mira,
y eso que el hombre se pone delante de la ventanilla de papá... pero nada...
papá no le ve y no le oye. Creo que la culpa es del semáforo porque cuando se
pone verde, papá vuelve a ver y a oir otra vez.
Sábado 7. Estoy preocupado por papá. Ayer volvió a dejar de oír y de ver en
otro semáforo, y eso que una chica que vendía periódicos no paraba de picarle
en el cristal. Sigo pensando que la culpa es de los semáforos, pero ¿por qué
será? Mañana se lo preguntaré a mamá.
IDENTIDAD. Julián Alamillo Bartolomé (Relato ganador del 8 de marzo)
Anoche soñé que yo era otro, y que mi madre y
mi hermana y todos los que
me rodeaban me llamaban por otro nombre que no es el mío. Aunque, pensándolo
bien, no eran ni mi madre ni mi hermana, sino la madre y la hermana de ese otro
que era yo. Y soñé que vivía en otra ciudad y en otro país y que mi vida era
distinta a la que tengo y que conocía a otra gente y me interesaban otras
cosas. Soñé que viajaba y venía aquí, a mi ciudad, y paseaba por la calle y
alguien se me quedaba mirando y cuando me volví hacia él, comprobé que tenía
mi
cara y que iba con una madre y una hermana que eran mi madre y mi hermana, y
que le llamaban por mi nombre.
Entonces me desperté gritando, y acudieron a consolarme la madre y la hermana
de ese otro que no era yo, y me asomé a la ventana y comprobé que vivía en esa
otra ciudad y en ese otro país que no eran los míos y lloré amargamente.
ERA AMOR. Isabel Cañelles (Relato ganador del viernes 1 de marzo)
Dices que no entiendes por qué cuando llegas
del trabajo me encuentras
casi siempre tumbado en el sofá, cubierto con la manta de cuadros. Antes no
decías nada. Te acercabas y, sin quitarte el abrigo, me besabas en los labios.
Me preguntabas con dulzura qué tenía y yo, con un mohín, te decía que no me
encontraba bien. Entonces me besabas largamente en la sien izquierda. Estás
un
poco caliente, decías. Te oía revolver en el armarito del baño y regresabas
con
pasos preocupados. Mientras esperábamos a que el termómetro hablara, me
susurrabas al oído pero qué te duele. Y yo contestaba nada, no sé, la cabeza
y
un poco las piernas. Voy a prepararte un Surbitón, decías. Mientras las
burbujitas huían asustadas de la gragea, me quitabas el termómetro con
delicadeza. Pues no tienes fiebre, murmurabas después de mirar la temperatura
en varias posiciones con los ojos entornados. Había un punto de desilusión en
tu voz. Pues no estoy bien, insistía yo. Bueno, decías, tómate el Surbitón y
quédate ahí, bien tapado, que voy a prepararte la cena.
Ahora dices que no entiendes lo que me pasa. Que te tengo harta. Que cada dos
por tres estoy con la misma historia. Que me cuide mi madre. Cuando llegues
del
trabajo, encontrarás la manta de cuadros doblada simétricamente sobre el sofá,
con esta nota encima. Hoy me encontraba mejor, y he aprovechado para salir a
respirar aire puro. Pero antes tenía que decírtelo. Creo que ya no te quiero
tanto.
CARTA DEL NIÑO QUE FUÍ. José Antón Villanueva (Relato ganador del 22 de
febrero)
Afloró en mi memoria, justo en el instante que
escuchaba el programa del
pasado Viernes, el recuerdo de una carta muy especial. Una carta que tenía casi
olvidada. Busqué en el último cajón del armario mas viejo del desván y,
mezclada entre otras cartas antiguas, viejos recortes de periódicos y otros
recuerdos de mi niñez, encontré un sobre cerrado, sin sello, sin remitente,
solo con una inscripción en su anverso: " NO LEER HASTA EL 2005".
Se trataba de una carta que escribí de niño y que iba dirigida a mí para
abrirla cuando fuese mayor. Una carta en la que relataba las ilusiones y
esperanzas de un niño y dejaba el interrogante de si esos sueños se harían o
no
realidad. Algo nervioso y emocionado, como aquel niño que la escribiera,
comencé a abrirla, despacio, con mucho cuidado y aspirando el aire que se
escapaba de aquel viejo sobre, intentando recordar y evocar el momento y día
que la escribí: ¿Cómo era, que solía hacer, con quién jugaba....? En su
interior un folio y una foto, para que antes de leer mirase a los ojos a ese
niño que tiene toda la vida por delante. Y comencé a leer:
¡Hola Pepe! Cómo estas?. Seguro que bien, aunque algo mas viejo. Espero que
estés ilusionado de haber encontrado esta carta y si no es así te (me)
agradecería que volvieses a cerrarla para abrirla en mejor momento o pasado
mas
tiempo. Te imagino con el pelo poblado de canas, algún kilo de mas en la
barriguita y con arrugas en la cara. ¿Eres ya astronauta...? No se si
recordarás que en ésta época de tu vida te pasas las noches mirando al cielo
con la boca abierta y soñando despierto con las montañas de Marte, los anillos
de Saturno, los mares de la Luna y cada una de las estrellas que iluminan el
firmamento. Recuerda que te hiciste la promesa de algún día tratarías de
alcanzarlo, y espero que estés haciendo todo lo posible por conseguirlo, aunque
se que será tarea difícil.
En cuanto a los amigos que realmente merezcan la pena ya sabes que son
difíciles de conseguir, por lo que deberías de conservar los que tienes (que
son buena gente) e ir aumentando su número en proporción a los años vividos.
Recuerda también que la familia es lo más importante de todo, aunque sé que
ahora no lo aprecio en su justa medida. No debes cansarte por muchos años que
tengas de decirle a tu madre lo mucho que la quieres, ya sabes que a las madres
siempre le gusta oír eso. Por último no se que futuro te (me) deparará el
destino y si las decisiones que tomes en la vida serán acertadas o equivocadas,
pero recuerda que debes disfrutar de lo que tienes y en compañía de los que
te
quieren (como haces ahora) y sobre todo debes ser fiel a ti mismo. ¡Sabes que
confío en ti, ánimo y suerte. No me decepciones!!
EL BOLI. Jaime de Nepas (Relato ganador 15 de febrero)
En el sótano de la fábrica F hacen monómeros
a partir de derivados del
petróleo, los cuales se transforman en polímeros o resinas sintéticas cuando
interviene un catalizador. Las resinas sintéticas se suben a la planta
principal y se dividen en la cadena A y en la B. En la primera se le añaden
elementos termoestables, se calientan, se moldean y producen tubitos de
plástico endurecido, recto, hexagonal de 7 milímetros de diámetro y 13
centímetros de longitud, y ligeramente biselado al final. En la cadena B los
polímeros se convierten en un poliestireno flexible, que por inyección se
transforma en un tubo que cabe en el interior del primero. En la cadena C se
acoplan ambos, se pone en la punta un cono metálico dorado con una bolita
diabólica y se rellena el interior de tinta (un disolvente mezclado con negro
de humo, azul de Prusia, amarillo de cromo u otros pigmentos), se coloca una
tapa y un capuchón también de plástico, y ya está hecho el bolígrafo.
Parecen todos iguales, pero ca, miles de ellos sólo valen para que los muerdan
por atrás los niños, los estudiantes y los oficinistas; otros miles van a parar
en exclusiva a las orejas de los comerciantes; también hay miles de ellos que
reposan eternamente sin hacer nada en bolsillos de chaquetas o camisas; algunos
de estos últimos, rebeldes, eyaculan por su cuenta, destrozan las blusas y son
arrojados a la basura; los hay a millares que no hacen más que quinielas; otros
muchos se pierden y, en fin, la mayoría de ellos tiene tinta sin misterio. Pero
uno entre cien millones lleva en su interior media novela; busca, trabaja con
dos de éstos y ya la tienes completa.
LABIOS ATRACTIVOS. Paco Ibáñez (Relato ganador 8-2-2002)
Marta, 27 años, morena, grandes pechos, atractivos
labios. Llevaba varios
días dándole vueltas, y al fin me decidí. Llamé por teléfono y me citó para
esa
misma tarde. A la hora establecida aparecí en la puerta del hotel. Ella se
acercó y tras presentarse, me pidió que la siguiera. Subimos a la habitación
y
nos desnudamos. Sin más preámbulos, comencé a tocarla, primero la espalda, los
hombros, los pechos, los muslos, y al fin, alcancé el pubis. Al introducir
suavemente mi dedo en su vagina noté una leve presión y como mi dedo,
dulcemente atrapado, iba entrando cada vez más, intente sacarlo pero no pude.
Poco a poco fueron penetrando el resto de mis dedos, la mano entera, parte del
brazo, el codo, todo el brazo. Efectuó un rápido y preciso movimiento y mi
cabeza también se hundió en el interior de su vagina y a partir de ahí, y ya
con facilidad, el resto de mi cuerpo. Una vez en su interior y mediante cortas
contracciones musculares, fui conducido a una pequeña sala en la que se
filtraba un poco de luz exterior y allí los pude ver. Decenas de cadáveres que,
como yo, decidieron en su día saborear los atractivos labios de Marta.
ELLA. Gabriel Bulgarini (Relato ganador 1/2/2001)
Tenía trece años y estaba enamorado, y, aunque
no sabía nada de Ella en
realidad sabía mucho. Todos los días a las siete y media de la mañana nos
encontrábamos en la parada del autobús, nos cruzábamos tímidas y esquivas
miradas e incluso ya en el autobús, algunas veces, nuestros cuerpos se rozaban.
Yo vivía en el barrio El Corral, Ella en La Colonia, lo sé porque la avenida
donde se hallaba la parada dividía los barrios y Ella llegaba del otro lado.
Yo
estudiaba en un instituto público, Ella en uno de monjas, lo sé por el escudo
que llevaba en su uniforme. Ella se bajaba en la siguiente parada a la mía,
lo
sé porque ahí termina el recorrido del autobús. Ella es un año mayor que yo,
lo
sé porque en mi último curso, Ella ya no apareció por la parada....... Tengo
cuarenta años y una hija de cinco a la que le he puesto el mismo nombre de
ella, Ana, lo sé porque ella es mi mujer.
ESCOPETA. Jaime de Nepas. RELATO GANADOR 25/01/2002
Seis meses después de que mis padres se separaran
yo cumplí 10 años. Mi
madre me dijo aquella la mañana por primera vez en mi vida que ella iba a tener
gemelos, pero que sólo me tuvo a mí, y por la tarde mi padre me regaló una
escopeta de aire comprimido con una caja de perdigones. El primer domingo que
estuve con él me recibió con un beso y un "qué tal con la arpía de tu madre".
El segundo me preguntó si ya le había disparado a algún pájaro "o pájara".
El
tercero me aseguró que ella no me había querido nunca porque el primer niño
murió y ella empezó a llorar y a no empujar "y casi te mata a ti".
El cuarto
domingo me dijo que tenía que apuntar a la cabeza porque "en el cuerpo
tienen
muchas plumas fuertes y no les haces nada", aguantar un poco la respiración
y
apretar el gatillo con suavidad. Hasta que en el quinto domingo, como no me
hablaba de otra cosa, le dije, "mira papá, no me gusta matar pájaros, y,
además, mamá cogió la escopeta al día siguiente y la cambió por una olla
exprés".
CICATRICES. Pablo V.Sánchez (Relato ganador 11-1-02)
Poco antes de morir, sentí el deseo de recordar
mi vida. Me trajeron mi
álbum de fotos. Pero al ir a cogerlo preferí fijarme en mi mano, en esas
pequeñas cicatrices que tienen todas las manos... marcas invisibles,
blanquecinas, viejas: la señal de aquel clavo en el patio de la escuela, la
marca del cristal que rompí con mi hermana... el arañazo enamorado de Marta.
Cerre aquella mano y me llevé mis recuerdos a la tumba.
AQUELLA MESA CAMILLA. Isabel Garcia Frutos (Relato ganador 28-12-01)
Era redonda como lo son todas, pequeña para los
que la ocupábamos, es
decir, el tamaño era relativo, ella no tenía culpa. No tenía su brasero, no
sé
por qué, creo que eso marcó nuestra infancia. A mi padre, a mi hermana y a mi
madre les tocaba espacio libre, mi hermano y yo compartíamos espacio para
pierna izquierda y derecha, respectivamente y pata con pierna derecha, pata
con
izquierda, también respectivamente. No era complicado, lo llevábamos sin
demasiada amargura.
Lo peor fueron las muchas habichuelas, las abundantes patatas cocidas, mucho
huevo frito, el cocido dominguero con sabor a viejo cordero, que nos hizo
pensar si acaso no escondía mi madre un macho cabrío debajo de la cama (más
de
una vez miramos, no encontramos nada), mucha morcilla, muchas naranjas, jamón
poco, mi madre decía que no nos gustaba, el día que hizo la encuesta creo que
yo no estaba.
Hablar lo que se dice hablar, poco, como lo del jamón, no nos gustaba, reir,
no
sé, consultaré con mis recuerdos. Yo era una persona fuerte y movida, pero
aquellas sesiones de mesa de camilla no me abrían el apetito. Entonces, antes
de comer, solía pasarme por la cocina, y aprovechando descuidos de mi madre
me
echaba a la boca lo que encontraba a mi paso, pan, olivas, galletas, torrijas,
flanes... Me sentaba en la mesa ya comida, me tragaba casi literalmente lo que
se me asignaba y creo que a los cinco minutos ya estaba en pie, podía irme a
buscar calor a otra parte de la casa. No siempre lo encontraba.
RETIRADA. Jesús Carrasco (RELATO GANADOR 21-12-01)
A primeros de enero decidimos dar por terminada
nuestra relación y por
supuesto, nuestra convivencia. Eva se cambia al turno de tarde y yo retraso
mi
hora de salida. De este modo, cuando yo llego a casa ella ya se ha marchado
y
cuando ella regresa, yo ya me estoy haciendo el dormido.
Vamos vaciando la casa por partes, día a día, sin vernos. Una tarde, yo echaré
en falta los discos de Chico Buarque que al final han terminado por gustarme.
Alguna mañana, ella no encontrará el mapa de África sobre el que solíamos soñar
nuestros viajes. Durante los últimos quince días nos alimentamos casi
exclusivamente del jamón de navidad cuya muesca, cada vez más convexa, es ya
lo
único que hacemos en común aunque eso sí, a diferentes horas.
Al principio las extracciones son generosas (parece que todavía tenemos ganas
de comer), pero a medida que la casa se vacía, el jamón decrece cada vez más
tímidamente, como si no quisiéramos verlo terminar. Un martes por la tarde el
cuchillo toca por fin en hueso. Entonces, envuelvo el bocadillo, desconecto
el
automático, cierro la puerta de la casa tras de mí y le doy dos vueltas a la
llave. Siento un vacío en el estómago. Tengo hambre.
EL CUENTO INACABADO. Jordi Coll (Relato ganador 30/11/01)
La tarde del viernes era plomiza, silenciosa.
Una luz tenue envolvía de
paz el final de una semana laboral que había sido intensa y agitada. El coche
se deslizaba por la autopista sin prisa, a esa velocidad indefinida que produce
la mezcla de desgana y de cansancio. Podía haber llovido pero no lo hacía. De
lejos, en la radio del coche, un famoso escritor anunciaba un cuento, una
historia escuchada en un bar y rescatada del olvido. La historia hablaba de
las
cartas que un estudiante enviaba periódicamente a sus padres. En una carta les
hablaba de una chica. En la siguiente toda la carta era la chica. La siguiente
no llegó a escribirla porque moría atropellado por un vehículo en el campus
de
la facultad donde estaba estudiando. Los padres acudieron al entierro y en él
anhelaban conocer a la persona que había ocupado el corazón de su hijo ahora
fallecido. Pero la chica no apareció. De vuelta a casa y a los pocos días del
entierro recibieron una carta... justo en el momento que el vehículo atraviesa
un largo túnel. Es el único tunel que hay en el trayecto. Toda la tarde se
pierde en la impaciencia por salir de él y oír el final de la historia. Pero
todo se hace lento, extremadamente lento y unos instantes después, cuando
vuelven en si la luz y la palabra, la historia ya ha finalizado. Mas tarde,
en
la noche, quizás ya de madrugada, encuentra la historia narrada por la radio.
Esta en la red. La lee, la reconoce, intenta recuperar el anhelo por oírla pero
aunque trata de lo mismo esa es ya otra historia.
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