Uno de los grandes clásicos del cine que se ha convertido
por derecho propio en un mito y que encierra varios mitos dentro.
El primer de estos mitos es su protagonistas, Humphrey
Bogart, el tipo duro por antonomasia que siempre acaba
demostrando que también tiene su coranzocito, eso sí,
sin cambiar de rostro.
El segundo mito es la mujer que lo acompaña, Lauren
Bacall, una de las grandes damas del cine que debutó
con esta película siendo muy joven, 19 años. Entre
ambos crearon un tercer mito, que fue su unión sentimental.
Ella mucho más joven y él uno de los hombres más
deseados del momento formaron una idílica pareja que duró
hasta que Bogart falleció 13 años
más tarde.
El director también es otro de los grandes del cine,
Howard Hawks, que repetiría con esta pareja
protagonista 2 años después en El Sueño
Eterno.
El origen de esta película viene de una pequeña
broma entre Hawks y el premio Nobel Ernest
Hemingway, a quien el director le dijo que sería
capaz de hacer una excelente película incluso de su peor
novela. Hemingway aceptó el reto y apuntó
este como su peor libro. Parece ser que Hawks
no se estaba tirando un farol, aunque es cierto que cambió
parte de la historia, como el final, y que para el guión
además de con Hemingway contó para
escribir el guión con otro Nobel, William Faulkner.
No he leído el libro original para poder decir si realmente
era tan malo o si la peor obra de Hemingway es
en realidad una mala novela, pero hay que decir que posteriormente
se han hecho al menos otras 3 adaptaciones más de ella:
The Breaking Point (Michel Curtiz, 1950), The Gun Runners
(Don Siegel, 1958) y la iraní Nakhoda Khorshid (Naser Taghvai,
1987).
La película se rodó sólo 2 años
después de Casablanca
(aunque en España hubiera que esperar a la muerte de Franco
y se estrenó en 1976, año de la última película
de Hawks, Río Lobo), cuando todavía
resonaban sus ecos, y esta película se tomó casi
como una segunda parte de ella, ya que las coincidencias son muchas;
la mayor el propio Bogart, pero también hay una guerra
de por medio y él es un expatriado que se mantiene al margen
pero acaba ayudando a uno de los bandos. También hay un
café, un pianista, la ocupación y operaciones ilegales.
Otra habladuría que corre es que, al igual que se cuenta
con Casablanca,
el guión se iba escribiendo con un día de adelanto
sobre el rodaje y el final, que se cambió respecto al libro,
no fue conocido tampoco hasta justo el último momento.
La Bacall aquí se quedó con uno
de los sobrenombres que siempre la acompañó, “la
flaca”, que es como llama el personaje de Bogart
al suyo. También se quedó con una frase mítica:
“Si me necesitas, silba”, que ella le decía
a él en un momento de la película, y que llevaría
hasta su tumba, en la que según se cuenta depositó
un silbato de plata.
La película es extraordinaria y aunque a los protagonistas
no les hace falta hablar, pues la química entre ambos hace
que se lo digan todo con mirarse, hay algunos diálogos
memorables, por ejemplo cuando Bacall besa a
Bogart y él le dice: “¿Por
qué has hecho eso?”, “Me preguntaba si me gustaría”,
responde ella. “¿Y cuál es el veredicto?”.
“Aún no lo sé”, tras lo cual vuelve
a besarle.
Aparte de los dos protagonistas, destaca el amigo borracho que
anda preguntando a todos si alguna vez les ha picado una abeja
muerta y al que sólo la flaca da una respuesta satisfactoria.
Este hombre tiene una lógica aplastante, como cuando le
dicen que tiene buena memoria para ser un alcohólico, a
lo que responde: “Si el alcohol afectaría a mi
memoria, no bebería. Olvidaría su sabor”.
Otro personaje le pregunta a Bogart: “¿Por qué
le cuida?” a lo que responde: “Él
cree que cuida de mí”. Eso resume la relación
entre ambos, siempre juntos a bordo del Queen Conch
y felices con una copa en la mano.